domingo, 3 de octubre de 2010

The Flying Rebollos (recomendado)



THE FLYING REBOLLOS
ESTO HUELE A PASTA
Dro

Este fue el segundo y último larga duración que puso en circulación la que durante su existencia tuvo el privilegio de ser la mejor banda de rock and roll de, al menos, Euskadi. Formada en 1991, dos años después ya había editado una estupenda maqueta y Verano de perros, un estreno discográfico que llegó a las tiendas de la mano del sello pamplonés Gor.
Fue los Flying un grupo entrañable, sincero y sin ínfulas que le daba al rock and roll llano, desenfadado, motero y borrachín, en sudorosos conciertos en los que se apreciaba su gusto por los sonidos sureños y el rhythm & blues, y en brillantes grabaciones como la que nos ocupa. Los diez temas de Esto huele a pasta ahondan en el boogie, en el rock and roll trufado de riffs, célere o coronado con la ventisca de los metales, e incluye un par de tiempos medios (convendrán conmigo, la suerte más complicada del pop y del rock) de quitarse el sombrero. Todos aderezados con el lenguaje de la calle, pero con clase, sin vulgarismos gratuitos y con total credibilidad. Por un simple motivo: hacían temas con olor al asfalto que su cantante y compositor, Edorta Arostegui, había devorado profusamente a lomos de su chopper; hablaban de bares y te los podías encontrar, efectivamente, allí donde sonaran Rolling Stones, Burning o cualquier bluesman.
Y de la trastienda de esa España que tan bien iba rescataban historias de “follacamellos” dispuestas a “recoger la blanca a cambio de placer”. Sexo, droga y rock and roll sin imposturas, ni fantasías, ni la necesidad de recurrir a una sucesión de estereotipos. Iñaki Uoho produce el disco, donde también se escuchan las voces de Robe Iniesta y de Fito Cabrales, cantante por entonces de Platero y Tú. Un año más tarde publicaría su primer disco al frente de los Fitipaldis, banda de acompañamiento que en aquella primera encarnación eran los propios Flying Rebollos.
Resulta que el grupo había firmado un contrato por cinco discos con Dro, pero en 1999 dio su último concierto y dejó pendiente la entrega de otras cuatro rodajas. Alguno pensará que su triste final llegó porque tuvo la mala suerte de coincidir con el ensalzamiento del inane indie, lo arty y lo anglófilo, pero lo cierto es que la causa fue “el aburrimiento. El último año ya no fue tan divertido”. Y, sobre todo, no lo fue por los incesantes cambios que sufrió la formación, un ir de venir de músicos que obligaba a ensayar continuamente los mismos temas para enseñárselos a los nuevos. Nos lo dijo el mismísimo Edorta.

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