martes, 22 de septiembre de 2009

Miguel Ríos. Ese señor mayor que importó el rock

“Yo no tengo que estar en un altar, no he descubierto la pólvora, ni la penicilina”

El rock hubiera tardado más en asentarse en España de no haber sido por la irrupción de Miguel Ríos (Granada, 1944) en la escena musical. El cantante debutó en 1962, promocionado como El Rey del Twist, y desde entonces ha publicado 26 discos con canciones emblemáticas como Himno a la alegría, Los viejos rockeros nunca mueren y Santa Lucía. Ha vendido millones de ejemplares y ha recibido la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo.

El granadino sólo recuerda haber cantado dos veces a capella. Siempre ha necesitado el respaldo de músicos, y muchas veces ha buscado las colaboraciones con otros solistas. Varias las recopila en Solo o en compañía de otros, un disco con sólo seis temas inéditos, y nada más que dos composiciones propias, que presenta en su actual gira de despedida.

¿Sólo has compuesto dos temas en los últimos tres años?
Sí, yo compongo muy poco. Componía cuanto tenía necesidad, cuando no tenía nadie que me diera mejores canciones. No soy compositor, y nunca lo he reivindicado.

En el texto que preparaste para el libreto de Solo o en compañía de otros ya insistías en tu edad y hablabas de ir cerrando un círculo. Ya sonaba a despedida.
Ahí incidía en el tema de la edad porque tenía 64 tacos y, si grabo cada cuatro años, como estoy haciendo, o me da la ventolera de grabar como los Eagles cada 20, será muy difícil que haga muchos más discos.

¿Queda alguien con quien te gustaría cantar?
He cantado prácticamente con casi toda la gente que me ha gustado y he tenido acceso a ella, de aquí y de Latinoamérica. Por decir algo, me gustaría hacerlo con Bob Seger, si siguiera cantando, John Cougar o Bruce Springsteen. Pero no creo que Bruce Springsteen quisiera cantar conmigo. O que viniera al caso.

La carretera protagoniza el diseño del libreto. ¿Aún te atrae la vida en la carretera?
Sí, pero la veo más como metáfora que como hecho real. Como metáfora de la libertad, del rock and roll, de llegar a los sitios pero no quedarte, del taoísmo, de “la meta es el camino”.

¿Como fuera de casa no se está en ningún sitio?
R. Fíjate, ¡esta imagen vale más que mil palabras! (abre los brazos y ríe en mitad de la Suite Imperial del Hotel Carlton, en Bilbao) La casa implica una suerte de adocenamiento, con sus paredes ya conocidas y los rincones habituales, una especie de acoplarse a un estilo que no le va bien al rock and roll.

¿Falta imaginación en la música española?
Sí. En las radios comerciales suena música muy adocenada y muy plana, sin muchas lecturas. La radio ahora no es un descubridor de talentos, como fue durante muchos años, es un difusor de mensajes que tiene que ver con el diseño de una campaña de marketing determinada.

Con Ariel Rot cantas que “la canción cumple condena por ser demasiado buena”.
R. Exacto. Hoy no basta con hacer una buena canción. Mientras existan factores X, operaciones triunfo y ese tipo de rollos, lo genuino, el creador, no tiene mucha importancia.

¿Falta imaginación en la prensa musical española?
R. No, ni en España ni en el mundo. Pero tiene menos preponderancia porque la música tiene menos impacto. No puede haber un mercado paupérrimo y una crítica efervescente. Las voces de la música ya no tienen tanto poder de decisión con respecto a las carreras de la gente.

El asesinato de Ingacio Uría te pilló de promoción en San Sebastián.
Sí, estaba en Donosti, y me pareció increíble. Algo horroroso.

¿Los músicos, los artistas en general, podéis hacer algo más que los políticos para acabar con la barbarie?
Nosotros hemos intentado escribir en contra de todo lo que es inhumano, pero para cambiar la realidad hace falta mucho más que una canción. Y mucho más que un político. Hace falta que la sociedad civil se de cuenta de que está en su mano, que no delegue tanto, que no llore tanto porque no tiene una cosa u otra. Que pelee más. Nuestro pecado es que estamos aburguesándonos demasiado.

El terrorismo parece un tema tabú en la música española.
La verdad es que yo no sé cómo meterle mano a eso. Creo que la gente debería empezar a escribir desde aquí, desde Euskadi, que es un poco su centro. No es tanto tabú, sino que a lo mejor no hemos encontrado la forma de decirlo.

Cantaste en euskera en el último disco de Kepa Junkera ¿Estás al tanto de la polémica generada por la generosa subvención pública que ha recibido?
Yo no quiero entrar en esto, lo único que puedo decir es que yo he trabajado desinteresadamente en el disco, y que me pareció maravilloso su intento de que gente tan lejana al euskera hiciéramos ese esfuerzo. Kepa me parece una persona cojonuda, pero no quiero meterme en las cosas internas del País Vasco, y de los creadores el País Vasco. La verdad es que a mí, que se me ha cargado tanto el sambenito de ser músico oficialista, me ha ido muy mal en ese sentido, porque yo no he cobrado ni un duro.

¿Cuántas veces han escrito eso de que los viejos rockeros nunca mueren al referiste a ti?
R. Muchas. Y la verdad es que el otro día, cantando con Los Secretos en la plaza de toros, me di cuenta de la vigencia del título. Cuando la gente cantaba sus estribillos de una forma brutal, pensaba que Enrique Urquijo no ha muerto, está ahí flotando. Yo lo sentía con una presencia acojonante.

¿Crees que ocupas el altar que mereces, como pionero del rock español?
Yo no tengo que estar en un altar, no he descubierto la pólvora, ni la penicilina. Para mí es suficiente el cariño que noto y veo.

Pero España es cada vez menos rockera.
Realmente sí. Por lo menos podemos decir, como decía Ariel (Rot), que hay menos influencia en la canción.

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